Por Cordu | Doctor en Desarrollo Humano y Maestro en Psicología Clínica y de la Salud
¿Alguna vez le contaste algo serio a un amigo y te sentiste peor? ¿Alguna vez seguiste el consejo de alguien cercano y terminaste arrepintiéndote profundamente? En este artículo vamos a explorar por qué hablar de temas profundos con tus amigos, aunque parezca un desahogo, puede ser una de las peores decisiones que tomes emocionalmente.
No se trata de satanizar la amistad. Se trata de entender que hay límites emocionales, psicológicos y clínicos que no podemos ignorar, y que confundir el cariño con la capacidad profesional puede tener consecuencias dolorosas, invisibles y, a veces, irreversibles.
La diferencia entre el afecto y la ayuda terapéutica
Muchos creen que contarle sus traumas a un amigo es igual que ir a terapia. Error. No basta con que alguien te quiera para saber cómo ayudarte. Si tienes un problema cardíaco, ¿irías con un mecánico solo porque es buena onda? Entonces, ¿por qué ir con tu amigo a hablar de un trauma profundo, solo porque “te conoce”?
Tus amigos no tienen la obligación ni la preparación para sostener emocionalmente lo que tú apenas puedes sostener. Cuando le cuentas a alguien no entrenado sobre un evento traumático —como un abuso, una pérdida o una herida emocional compleja—, esa persona puede:
-
Minimizar lo que sentiste (“ya no pienses en eso”).
-
Hablar desde sus propios traumas y proyectar sus miedos (“yo que tú, lo dejaba”).
-
Dar consejos bien intencionados pero peligrosos (“lánzate, ¿qué puede salir mal?”).
-
Saturarse emocionalmente sin saber qué hacer con lo que escucharon.
Y esto ocurre sin mala intención. Desde el afecto, desde el cariño… pero también desde la ignorancia clínica.
¿Quién puede hacerte más daño sin querer?
Vamos a hacer un pequeño experimento mental:
¿Quién crees que te puede lastimar más sin quererlo?
A) Tu ex.
B) Tu mamá.
C) Tu mejor amigo.
D) Tu confidente de cafetería.
La respuesta más común suele ser el ex o la mamá. Pero en realidad, quien más daño puede hacerte sin querer es tu mejor amigo. ¿Por qué? Por la cercanía emocional. Porque tiene acceso a tus secretos, a tus miedos, a tus dudas más íntimas. Porque sus palabras no pasan desapercibidas. Porque cuando te dice “yo no te veo para eso”, te desmantela por dentro. Y ni siquiera lo nota.
La traición más dolorosa no es la que viene del enemigo, sino de quien juró estar de tu lado. Y en este tipo de vínculos, las heridas emocionales no se ven… pero se sienten por años.
El falso consuelo: anestesia emocional disfrazada de empatía
Un amigo no es un terapeuta. Pero muchas veces lo forzamos a actuar como si lo fuera. ¿Por qué? Porque necesitamos alivio inmediato. Porque evadimos enfrentar lo profundo. Porque preferimos distraernos con un café que sostener una sesión clínica.
Pero esto tiene consecuencias. Hablar desde el trauma y no desde la técnica puede generar:
-
Confusión emocional: lo que te “ayudó” a ti puede destruir a otro.
-
Consejos peligrosos: improvisar con la vida de alguien es una irresponsabilidad.
-
Invalidación no intencional: decir “échale ganas” o “todo pasa por algo” cuando alguien está quebrado por dentro no consuela, revictimiza.
Y peor aún, puedes cargar a alguien emocionalmente sin que tenga los recursos para procesarlo. Vomitar tu historia no genera intimidad; genera incomodidad mal disimulada.
Terapia no es un lujo: es una inversión emocional
Muchos creen que ir a terapia es “gastar” dinero. Pero en realidad, es una inversión. Te gastas más en cigarros, refrescos, salidas o compras compulsivas. Y sin embargo, pagar por un espacio donde tu historia se escuche sin juicio, con contexto clínico y con herramientas reales, parece excesivo.
En terapia no se paga por hablar. Se paga por comprenderte, por transformarte, por detener los ciclos inconscientes que siguen afectando tu vida. Y eso no te lo puede dar ningún amigo, por más amoroso que sea.
Yo también tengo amigos… pero también tengo formación
Este no es un discurso contra la amistad. Yo también tengo amigos. Pero cuando alguien me elige como terapeuta, no le hablo desde mis miedos, mis prejuicios ni mi historia personal. Le hablo desde mi formación.
Tengo una Maestría en Psicología Clínica, una Maestría en Terapia Cognitivo-Conductual, otra en Psicología de la Salud, y un Doctorado en Desarrollo Humano. Y todo eso no me hace mejor persona. Me hace más responsable. Me hace saber que lo que se dice importa. Que las palabras construyen… o destruyen.
Lo que no se enfrenta, se repite
Muchas personas prefieren hablar con un amigo antes que con un terapeuta. ¿Por qué? Porque enfrentarse a uno mismo duele. Porque mirar hacia adentro implica reconocer heridas, vacíos y patrones destructivos.
Es más cómodo anestesiarte con un cafecito o una charla superficial. Pero lo que no se enfrenta, se convierte en sombra. Se repite. Se cuela en tus relaciones, en tus decisiones, en tu salud mental. Lo que no transformas, lo transfieres.
¿Entonces, para qué sirve un amigo?
Buena pregunta. La amistad sigue siendo un pilar emocional importante. Pero no es terapia. Un amigo sirve para:
-
Reírte de cosas estúpidas.
-
Acompañarte al hospital, incluso si odia los hospitales.
-
Recordarte quién eras antes del trauma.
-
Caminar contigo en el duelo… pero no para rescatarte.
Un amigo no tiene por qué ser tu contenedor emocional. No es sano. No es justo. Y si insistes en forzarlo a hacerlo, terminarás perdiendo al amigo y al “terapeuta improvisado” al mismo tiempo.
Confianza no es lo mismo que competencia
Hablar con un amigo no es terapia. La confianza que tengas en alguien no reemplaza su formación. La cercanía emocional no sustituye las herramientas clínicas.
La próxima vez que quieras contar algo profundo, pregúntate:
¿Lo estoy haciendo para sanar o para evitar sanar?
¿Busco comprensión o solo anestesia?
¿Estoy cuidando también a quien me escucha?
Recuerda: tu dolor no te da derecho a invadir la mente de otro.
Y si lo que quieres es sanar, invierte en alguien que sepa ayudarte, no solo en alguien que te escuche.
¿Te gustó el tema? Mira el video completo aquí: https://youtu.be/qdn4kR8O9X8