– Dr. y Mtro en Psicología y Desarrollo Humano, Psicólogo –
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¿Por qué pensamos en el suicidio? Pretextos, dependencia y prevención clínica

Por Cordu | Doctor en Desarrollo Humano y Maestro en Psicología Clínica y de la Salud

Cuando alguien afirma “me quiero morir porque me dejó mi pareja”, muchos lo interpretan como un melodrama exagerado. Sin embargo, la clínica muestra que estos casos existen y no se deben al amor en su forma sana, sino a dependencia emocional, desesperanza y vacíos existenciales.

El suicidio no aparece de la nada: se construye a partir de narrativas distorsionadas, aprendizajes de impotencia y la ausencia de herramientas para manejar la angustia. Entender esto no solo es un ejercicio académico; es una cuestión de prevención vital.

El mito del “amor que mata”

Decir “si me deja, me muero” no es amor, es apego ansioso. La pareja deja de ser un compañero y se convierte en un respirador artificial emocional. Cuando el otro se va, se interpreta como asfixia. En realidad, la persona no muere por amor, sino por la imposibilidad de existir sin validación externa.

Clínicamente esto se conoce como dependencia relacional y se aborda trabajando el apego, la autonomía y la reconstrucción del yo interior.

Los pretextos más frecuentes (la punta del iceberg)

El suicidio suele expresarse con excusas visibles que enmascaran causas profundas. Estos pretextos funcionan como la punta del iceberg: lo que vemos no explica la magnitud del problema.

  1. La pareja: “Si me deja, no puedo vivir.” Aquí la raíz es la dependencia emocional.

  2. El dinero: “Sin dinero no valgo.” No es la pobreza en sí, sino la desesperanza aprendida: la creencia de que nada mejorará haga lo que haga.

  3. La familia: “Mi familia me destruye.” La herida suele provenir de años de invalidación, abuso normalizado, roles tóxicos y falta de comunicación. La sensación de ser una carga se alimenta de culpa y vergüenza.

  4. La soledad: “Estoy solo, no tiene sentido vivir.” Lo peligroso no es estar solo, sino no saber convivir con uno mismo. Una soledad elegida puede ser enriquecedora; una soledad vacía puede convertirse en abismo existencial.

Causas clínicas subyacentes (el iceberg completo)

  • Dependencia irracional: Identidad atada a la validación externa.

  • Desesperanza aprendida: Creencia cognitiva de que ninguna acción tiene efecto.

  • Distorsión de la carga: Pensar que la ausencia aliviaría a los demás.

  • Vacío existencial: Aburrimiento extremo, pérdida de sentido o impulsividad pueden detonar intentos sin planificación.

Estas dinámicas, más que los eventos externos, explican por qué alguien llega a considerar la muerte como alternativa.

Distorsiones cognitivas frecuentes

  1. Filtro negativo: recordar solo los errores, ignorando lo positivo.

  2. Pensamiento dicotómico: interpretar cualquier desacuerdo como traición.

  3. Generalización excesiva: un fracaso puntual se convierte en evidencia de inutilidad total.

Detectar y confrontar estas distorsiones es parte esencial de la terapia cognitivo-conductual.

¿Qué no funciona?

La cultura popular suele responder con frases vacías:

  • “Quiérete mucho.”

  • “Piensa positivo.”

  • “Todo pasa.”

Estos mensajes niegan el sufrimiento, invalidan la experiencia y retrasan la búsqueda de ayuda profesional. En términos clínicos, son placebos peligrosos.

¿Qué sí funciona?

  1. Autoconocimiento profundo: identificar valores, no atributos pasajeros.

  2. Tolerancia a la angustia: técnicas derivadas de DBT y ACT para resistir crisis sin autolesión.

  3. Reestructuración cognitiva: cuestionar narrativas de inutilidad, carga o desesperanza.

  4. Activación conductual: generar acciones pequeñas alineadas con valores para recuperar sensación de control.

  5. Evaluación directa: preguntar sin miedo: “¿Has pensado en morir? ¿Tienes un plan?” No induce la idea, la detecta.

Creencias fatalistas: otro veneno invisible

Frases como “¿para qué esforzarme si otros siempre tendrán más?” o “¿para qué cuidarme si al final voy a morir?” parecen racionales, pero esconden trampas cognitivas:

  • Confundir atributos con valores. Ser joven o tener dinero son atributos que cambian con el tiempo; la honestidad, la justicia o la autenticidad son valores que permanecen.

  • Competencia equivocada. El valor de una vida no se mide contra los demás, sino en comparación con uno mismo: “compites con tu yo de ayer, no con el vecino.”

  • Reducción del sentido. Creer que la muerte inevitable anula el esfuerzo es olvidar que la calidad del tiempo vivido pesa más que su duración.

El papel de la familia

La familia no siempre hiere por crueldad; muchas veces lo hace por omisión: no pedir ayuda, no validar emociones, normalizar la violencia. Estos silencios generan la sensación de carga en los miembros más vulnerables.

La prevención pasa por romper el tabú de pedir ayuda y abrir canales de comunicación directa.

Vacío existencial y aburrimiento: causas invisibles

No todo suicidio nace del dolor insoportable. A veces proviene del no sentir nada: aburrimiento extremo, desconexión, falta de propósito. El impulso en un momento de vacío puede ser tan letal como la desesperación crónica.

Esto obliga a incluir la búsqueda de sentido como parte del tratamiento, no solo el manejo de síntomas depresivos.

Aprender a vivir con uno mismo

Las personas no se quitan la vida por amor ni por dinero. Se suicidan porque nunca aprendieron a convivir consigo mismas, porque confunden su valor con lo que tienen o con cómo los miran los demás.

La verdadera prevención no son frases inspiradoras. Es terapia temprana, evaluación directa y entrenamiento en habilidades emocionales: autoconocimiento, reestructuración cognitiva y tolerancia a la angustia.

Llamado a la acción

Si te reconoces en estas líneas, no lo ignores. La terapia puede cambiar vidas, incluso la tuya.

⚠️ Si estás en riesgo inmediato, busca ayuda de emergencia en tu país. Tu vida tiene un valor que trasciende los pretextos.

📽️ ¿Te gustó el tema? Mira el video completo aquí: https://youtu.be/8q49-hgKgAM