– Dr. y Mtro en Psicología y Desarrollo Humano, Psicólogo –
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La pérdida de la diversión como trauma psicológico: volver a jugar para sanar

Por Cordu | Doctor en Desarrollo Humano y Maestro en Psicología Clínica y de la Salud

Hablar de diversión en la adultez suele recibir miradas de incomodidad. Frases como “ya no estoy para esto” se presentan como muestras de madurez. Sin embargo, más que un signo de evolución, reflejan un trauma emocional: la incapacidad de disfrutar sin culpa, la resignación de los placeres lúdicos y la creencia de que ser adulto implica renunciar a la alegría. En este artículo, exploramos por qué dejar de jugar puede ser patológico, cuáles son sus raíces profundas y cómo recuperar la capacidad de divertirse de manera saludable. Una invitación a sanar desde el gozo, no desde la seriedad absoluta.

“Ya no estoy para esto”: un síntoma, no un signo de sabiduría

Decir “ya no estoy para esto” no refleja evolución emocional, sino defensa psicológica. Padres, familiares o cirulos que dominaron tu infancia con frases como “los tontos juegan” convirtieron el juego en algo ridículo. Así, adulteces serias se construyen sobre la base de una infancia adultificada, donde el placer se asocia a la irresponsabilidad o incluso al castigo. Lo que parece prudencia, es a menudo evasión: se evita la espontaneidad por temor al juicio o a sentir que el tiempo “ya pasó”.

Este rechazo al juego es, en realidad, una forma de rigidez emocional. El placer genuino se vuelve prohibido, y aparece la exigencia constante: todo debe dejar productividad inmediata, nada puede ser gratuito. El humor, la creatividad, la risa o la aventura se transforman en elementos innecesarios o incluso inmaduros. Pero abandonar estas dimensiones no te hace más sabio: te apaga como ser humano.

El origen del trauma lúdico: huellas tempranas

¿Por qué dejar de jugar? Algunas raíces frecuentes son:

  1. Infancia prematuramente adulta: crecimiento sin permiso para jugar activamente, lo que impide el desarrollo emocional.

  2. Asociación juego-peligro: en entornos donde mostrar alegría implicaba castigo, burla o censura, el cuerpo aprende a desconfiar del placer.

  3. Autoexigencia extrema: la creencia de que solo lo útil es válido. Cualquier tiempo lúdico se ve como un lujo o un desperdicio.

  4. Inexperiencias de vergüenza: quienes fueron ridiculizados por jugar, editar o crear, se auto-censuran el goce para evitar la exposición.

Estas creencias irracionales, más que simples ideas, son heridas emocionales profundas que requieren reconocimiento para sanar.

La falsa dicotomía: madurez vs. diversión

Creer que ser adulto exige renunciar al juego es una distorsión de la madurez. En su lugar, la madurez emocional implica flexibilidad, no rigidez. Y el juego adulto es mucho más que entretenimiento:

  • Regula el estrés: la risa activa el sistema parasimpático, reduce cortisol y mejora el bienestar.

  • Fortalece vínculos: jugar con otros genera conexión, confianza y complicitad emocional.

  • Estimula la motivación y la creatividad: la dopamina, clave en el aprendizaje, se activa al jugar.

  • Refuerza la resiliencia: aprender a equivocarse sin culpa, buscar disfrute consciente, facilita la adaptación emocional.

Lejos de ser superficial, el juego es una estrategia terapéutica poderosa y validada.

Juego terapéutico: volver a la alegría intencional

En consulta, implemento el juego como herramienta activa de transformación. ¿Cómo?

a) Ritualizar el placer

Programa en tu semana un espacio para jugar, sin culpa, sin pretensiones. No debe ser productivo, solo disfrutable. Luego observa: ¿qué surge emocionalmente?

b) Elegir el estilo de diversión según tus valores

  • Conexión: juegos de grupo, cartas, conversación inconexa con risas.

  • Curiosidad: rompecabezas, trivia, exploración.

  • Desafío: deportes, escape rooms, pruebas físicas o mentales.

Al alinear el juego con lo que realmente valoras, lo haces significativo.

c) Reflexionar sobre la experiencia

Al terminar de jugar, pregunta a tu cuerpo y mente:

  • ¿Sentiste ligereza o rigidez?

  • ¿Hubo culpa o fluidez?

  • ¿Qué tipo de placer emergió?

Estas preguntas favorecen la toma de conciencia y la integración emocional.

Beneficios clínicos del juego adulto

Diversión intencional garantiza:

  1. Mejor desempeño cognitivo: la ruptura de rutina activa creatividad y atención.

  2. Reducción de ansiedad: respirar, reír y soltar tensiones es medicina emocional.

  3. Refuerzo de vínculos: compartir momentos genuinos revitaliza lazos.

  4. Coherencia entre valores vividos y sentidos: disfrutar según valores aporta sentido existencial.

  5. Aceptación de errores: reír los propios tropiezos refuerza la resiliencia.

Disfrutar no es evasión: es apego emocional saludable y fortalecimiento interno.

Estrategia: recuperar el hábito del juego

Si sientes resistencia, hay que reencuadrar la diversión:

  • Llámala “actividad recreativa”, “descanso”, “tiempo vital”.

  • Enfócala como herramienta de salud emocional.

  • Conviértela en ritual recurrente: agenda, prioriza, protégela.

“Agendar diversión” es tan importante como agendar trabajo. Reserva tu espacio emocional y defiéndelo.

Superar la culpa de divertirse

Si sientes culpabilidad al jugar:

  • Nota la emoción sin juzgarla.

  • Respira y observa su tono.

  • Sostén esa incomodidad y continúa jugando.

  • Integra: cada sesión de juego sana una herida de prohibición.

Con el tiempo, jugar sin adulteraciones pasa de ser un desafío a un derecho emocional.

Diversión como señal de salud emocional

Disfrutar no es un extra, es central. La diversión activa emociones saludables, promueve la autorregulación y nos reconecta con lo vital. Rendir cuentas con la vida no implica pasarla seria: implica entender que reír sin justificación también es madurez. Al agendar, priorizar y sostener momentos de juego, empezamos a vivir de verdad.

Reconectar con lo que jugábamos

Recuerda tus juegos de infancia. Busca dominó, cartas, carcajadas espontáneas o una frase como: “¿quieres lanzarte una partida de Mario Kart?”. La diversión no pide rendimiento: solo aceptación.

Cómo hacer del juego una forma de vínculo adulto

Invita a alguien a tu espacio de juego sin expectativas. Dile: “ven, vamos a reír sin plan”, y deja que fluya. No es obligación, es oportunidad emocional.

Madurar es reír sin permiso

Dejar de divertirse no te convierte en sabio: te convierte en alguien que olvidó vivir. La madurez psicológica empieza con la sabiduría de reconocer la diversión como esencial, no superficial. Implica confianza para disfrutar sin justificaciones, sin miedo al qué dirán.

El juego no es un extra, es parte del tratamiento emocional: regula tu ánimo, renueva relaciones y te conecta contigo mismo. Recuperar la risa no es volver al pasado, sino volver a ti. Porque no somos seres destinados a existir serios: somos capaces de sanar jugando.

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