Por Cordu | Doctor en Desarrollo Humano y Maestro en Psicología Clínica y de la Salud
En el mundo de la salud mental se ha instalado casi como dogma la idea de que “todo psicólogo debe estar en terapia”. Pero, ¿realmente es un requisito ético universal o hemos convertido una herramienta en una obligación incuestionable? En este artículo propongo una mirada crítica: la terapia personal puede ser un recurso valioso, pero cuando se convierte en una condición permanente para sostenerse, deja de ser herramienta y se transforma en dependencia.
Psicólogos que aconsejan pero viven de incoherencias
En redes abundan terapeutas que predican amor propio y resiliencia, pero en privado normalizan vínculos tóxicos, justifican migajas emocionales y confunden la teoría con la práctica.
Esta incongruencia no se resuelve con más horas de diván, sino con criterio clínico, congruencia vital y capacidad real de aplicar lo que se enseña. Un terapeuta que solo se mantiene “a flote” porque tiene terapia constante no ejerce desde la estabilidad, sino desde la supervivencia.
Psicólogo no es igual a psicoterapeuta
Tener un título en Psicología no convierte a nadie en terapeuta. La psicoterapia exige algo más que conocimiento teórico: requiere haber desarrollado herramientas de contención, sostener al paciente sin proyectar los propios miedos y tener criterio para enfrentarse a la oscuridad humana sin derrumbarse.
Un buen terapeuta no es la esponja que absorbe, sino el canal que filtra y transforma. No aconseja desde la opinión personal, sino que contextualiza clínicamente.
La terapia personal: recurso, no dogma
Claro que la terapia personal puede ser útil: ayuda a explorar puntos ciegos, a reconocer contratransferencias y a experimentar el proceso desde dentro. Pero no es el único camino hacia el autoconocimiento, ni debería convertirse en obligación eterna.
Cuando instituciones exigen “terapia permanente” como requisito laboral, lo que buscan muchas veces no es salud mental, sino control. Forman terapeutas dependientes de la supervisión externa, en lugar de fomentar criterio propio.
La diferencia clave es esta: usar la terapia como recurso puntual fortalece. Necesitarla siempre para funcionar revela dependencia.
Emociones sí, disfunción no
Un terapeuta puede sentir tristeza, duelo o frustración. Eso no lo invalida. Lo que sí compromete su ejercicio clínico es quedar atrapado en esas emociones sin recursos propios para gestionarlas.
La terapia puede ser un espejo valioso, pero no debe convertirse en la única linterna. El verdadero trabajo interno también se construye con reflexión, escritura, supervisión puntual, lectura crítica, espiritualidad o acompañamiento clínico en momentos específicos.
Congruencia: la verdadera autoridad terapéutica
La autoridad no nace de acumular sesiones personales, sino de haber vivido, caído, reflexionado y construido recursos internos. Un terapeuta congruente no predica amor propio mientras se aferra a relaciones que lo destruyen. No habla de resiliencia mientras depende de un terapeuta para levantarse cada lunes.
La congruencia clínica significa haber caminado el bosque interno y saber volver, con o sin acompañante, porque el recurso más valioso del terapeuta es su criterio, no su agenda de sesiones personales.
Ni todos la necesitan, ni todo se resuelve con terapia
No todas las personas necesitan terapia, y no todos los terapeutas requieren estar en terapia constante para ser éticos o competentes. Confundir “autonomía” con “fragilidad” o “ir a terapia” con “fortaleza” es simplificar la clínica.
La terapia personal es un recurso valioso, pero no es el único ni es indispensable para todos. Convertirla en obligación perpetua alimenta la industria, pero no siempre garantiza mejor clínica.
Solidez, no dependencia
La verdadera solidez profesional se construye así:
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Formación académica sólida.
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Experiencia clínica supervisada cuando es necesaria.
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Autoconocimiento constante, con o sin terapia.
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Congruencia entre lo que se predica y lo que se vive.
Un buen terapeuta no necesita terapia como muleta permanente, pero tampoco la rechaza cuando es útil. La clave es la integración: saber cuándo un recurso es un apoyo y cuándo se ha convertido en dependencia.
La terapia personal es un espejo clínico. Pero hasta el mejor espejo tiene puntos ciegos: lo que importa no es estar siempre frente a él, sino tener la capacidad de reconocerse con o sin reflejo.
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