Por Cordu | Doctor en Desarrollo Humano y Maestro en Psicología Clínica y de la Salud
En psicología clínica no solo se analizan síntomas o patrones de conducta, también se abordan los dilemas éticos que revelan aspectos profundos del funcionamiento psíquico de una persona. Uno de los más clásicos —y a la vez más provocadores— es el siguiente: si un tren va a atropellar a diez personas, ¿moverías una palanca para que cambie de vía, sacrificando a una sola? La respuesta a esta pregunta no solo dice algo sobre tu moral, sino también sobre tu motivación emocional, tu historia personal y tu forma de enfrentar el conflicto.
El dilema moral como espejo psicológico
Cuando una persona se enfrenta a una situación límite, no actúa solo desde la razón, sino desde sus emociones, sesgos y heridas no resueltas. En el caso del dilema del tren, muchas personas responden afirmativamente a mover la palanca. Sin embargo, cuando el dilema cambia ligeramente —por ejemplo, en vez de mover una palanca, deben empujar físicamente a una persona para salvar a diez—, la respuesta suele cambiar. ¿Por qué?
Ahí aparece lo que en psicología se llama el sesgo de la consecuencia visible. No se trata solamente de salvar vidas, sino de evitar la culpa directa. Mover una palanca parece más impersonal que empujar a alguien, aunque el resultado sea idéntico. Esto demuestra que, en muchos casos, no nos guía la moral sino el deseo de no sentirnos culpables. La ética queda subordinada a la comodidad emocional.
Tres principios para entender la ética desde la psicología
Existen principios éticos fundamentales que nos ayudan a analizar este tipo de decisiones desde una perspectiva más profunda:
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No maleficencia: No podemos usar a las personas como medios para un fin, por muy noble que este sea. Instrumentalizar a otro ser humano, aunque sea para salvar a varios más, sigue siendo una forma de daño ético y emocional.
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Autonomía: Cada ser humano tiene derecho a decidir sobre su vida. Incluso si creemos que un bien mayor lo justifica, no somos quienes para anular la voluntad del otro.
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Integridad: Se refiere a actuar de forma coherente con los valores personales, incluso cuando nadie está observando. La verdadera moralidad no se prueba en lo que decimos, sino en lo que hacemos cuando estamos bajo presión.
Moral de laboratorio vs. moral en la vida real
En los experimentos de laboratorio, los dilemas éticos se presentan de manera clara, con variables controladas. En la vida cotidiana, las decisiones están rodeadas de caos emocional, historias personales, traumas, expectativas sociales y consecuencias impredecibles.
Cuando en terapia una persona plantea una decisión difícil, muchas veces no estamos hablando del dilema en sí, sino de su miedo al error, su experiencia con el castigo, o el temor a repetir errores pasados. La decisión no está guiada por valores abstractos, sino por vivencias internas no resueltas.
Por ejemplo, alguien que no se atreve a tomar una decisión moral podría estar paralizado por el miedo al juicio o al rechazo. El problema ya no es si mover o no la palanca, sino qué representa esa decisión para su psiquismo: ¿es revivir una culpa pasada? ¿Es volver a decepcionar a alguien significativo? ¿Es romper con una lealtad inconsciente?
No eres lo que piensas: eres lo que decides
Una de las frases clave en psicoterapia ética es: “No eres lo que dices que crees, eres lo que decides.” Esta frase refleja que las verdaderas creencias no son las que proclamamos, sino aquellas que guían nuestras elecciones bajo presión.
La psicología clínica no valida posturas morales absolutas, sino los procesos de reflexión y conciencia ética. Lo importante no es si eliges A o B, sino por qué lo estás eligiendo, qué emociones hay detrás, y si puedes dormir en paz con tu decisión.
Esto es aplicable en múltiples contextos: desde decisiones personales como terminar una relación, hasta aspectos profesionales como denunciar una injusticia o mantenerse en silencio por miedo. ¿La decisión viene de un lugar de coraje y autenticidad o de evitación y miedo?
Lo correcto no siempre se siente bien (ni cómodo)
Existe una falsa creencia de que lo correcto siempre debe sentirse bien. Pero en muchos casos, actuar éticamente duele. Requiere renunciar, exponerse, incomodarse. Es más fácil justificar la inacción o culpar a las circunstancias que tomar una decisión ética auténtica. En este sentido, muchas personas no carecen de moral, sino de entrenamiento emocional para sostener decisiones difíciles.
Lo mismo ocurre en el deporte: un atleta puede ser perfecto en el entrenamiento, pero bajo presión falla. No porque no sepa, sino porque no ha aprendido a sostener su capacidad bajo estrés. En la vida, decidir éticamente implica lo mismo: sostener el valor incluso cuando hay miedo, conflicto o presión externa.
¿Cuál es la respuesta correcta?
La verdad es que no existe una única respuesta correcta ante el dilema del tren. Cada opción revela algo sobre tus valores, tus heridas, tus miedos. Lo importante no es buscar una moral perfecta, sino desarrollar la capacidad de reflexionar éticamente sobre lo que hacemos, por qué lo hacemos, y qué efecto tiene en nuestro mundo interno y en los demás.
El dilema sobre si el fin justifica los medios no tiene una solución definitiva, pero sí nos invita a mirar hacia adentro. Más allá del tren, la palanca o la persona en las vías, lo que está en juego es nuestra capacidad de decidir desde la conciencia, la integridad y la responsabilidad emocional.
Y si no puedes decidir con claridad, si te paralizas o si eliges desde el miedo, entonces no necesitas una respuesta inmediata, necesitas un espacio terapéutico donde puedas explorar tus verdaderos motivos, tus heridas, y lo que necesitas sanar para vivir en congruencia contigo mismo.
Porque al final, el verdadero acto ético no es solo decidir bien… sino hacerlo desde un lugar de autenticidad emocional.
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