Por Cordu | Doctor en Desarrollo Humano y Maestro en Psicología Clínica y de la Salud
Las groserías, tan comunes como polémicas, han sido motivo de juicios sociales, culturales e incluso clínicos. ¿Decir groserías te hace menos inteligente? ¿Qué revela una persona cuando insulta? ¿Cómo diferenciar entre catarsis emocional y agresión verbal? En este artículo analizamos el papel del lenguaje soez desde una perspectiva psicológica, desmontando prejuicios y explorando su valor emocional, cognitivo y social.
Desde la clínica, hemos observado que el uso de groserías no es un indicador de ignorancia ni de pobreza lingüística, sino un vehículo emocional, un reflejo de contexto y, muchas veces, una señal de tensión interna o necesidad de expresión. Lo fundamental no es si alguien dice groserías, sino cómo, cuándo y por qué las dice.
El lenguaje como emoción: cuando el diccionario no alcanza
El lenguaje humano no solo sirve para comunicar ideas, sino también emociones. Mientras que el lenguaje académico busca precisión, el lenguaje emocional busca descarga, conexión o validación. Una grosería puede expresar con contundencia lo que una frase extensa no logra: frustración, enojo, alivio o dolor.
Frases como “¡Carajo!” o “¡Me lleva la que me trajo!” no son construcciones literarias, pero sí auténticas manifestaciones emocionales. En situaciones de alta tensión, el cuerpo reacciona antes que la mente racional. Por eso, en muchas personas, la grosería no es deliberada: es visceral. Es un lenguaje “de tripas”, más que de manual.
Sin embargo, esto no significa que todas las groserías estén justificadas ni que deban ser utilizadas indiscriminadamente. Ahí entra el concepto de inteligencia contextual, es decir, la capacidad de discernir cuándo, con quién y de qué forma expresarse. La grosería fuera de contexto puede generar rechazo, discriminación o conflicto innecesario.
¿Decir groserías es falta de educación?
Uno de los prejuicios más comunes es asociar las groserías con la falta de educación formal o con una supuesta pobreza de pensamiento. No obstante, estudios recientes contradicen esta idea. Investigaciones como las de Timothy Jay (2015) sugieren que las personas que usan groserías con frecuencia tienen un mayor repertorio verbal y una mayor agilidad lingüística que aquellas que evitan las malas palabras.
Entonces, ¿por qué se mantiene este estigma? Porque muchas personas confunden la forma con el fondo. Hablar con palabras «bonitas» no significa pensar bien. Y hablar con groserías no significa pensar mal. Lo verdaderamente revelador no es la palabra, sino la intención detrás de ella.
Groserías como catarsis vs. groserías como violencia
Aquí es donde entra una distinción crucial desde la clínica: liberar no es lo mismo que denigrar. Una persona puede usar una grosería para desahogarse (“¡Qué coraje, carajo!”) sin dañar a nadie. Pero si esa misma persona la usa para insultar (“Eres un imbécil”), ya no está liberando tensión, sino proyectando agresión.
La primera es una herramienta de regulación emocional. La segunda es un intento de control, de humillación o de dominación. En terapia, esta diferencia es fundamental. Personas que insultan de forma sistemática suelen estar gestionando mal su frustración, su inseguridad o su dolor. Por tanto, la grosería como ataque no dice tanto de ti como del estado emocional de quien la dice.
El insulto como espejo emocional
Cuando alguien te insulta, rara vez está hablando de ti. Está gritando desde su herida. El insulto, en términos psicológicos, funciona como un espejo emocional: proyecta lo que la persona no ha trabajado en sí misma.
Hay quien insulta con ingenio (revela agilidad mental). Hay quien insulta con violencia (revela frustración acumulada). Y hay quien insulta desde la impotencia, y ahí es donde se activa el mecanismo de defensa más primitivo: el ataque.
En vez de reflexionar, la persona agrede. En vez de dialogar, descalifica. Y aquí entra una fórmula básica en la comunicación emocional: quien insulta, no convence; quien grita, no argumenta.
El silencio también comunica
Curiosamente, no solo se insulta con palabras. El silencio ante un conflicto también revela mucho. En algunos casos, puede ser una herramienta de contención emocional madura. Pero en otros, puede convertirse en una forma de manipulación, indiferencia o evitación del conflicto.
En consulta psicológica, analizamos el silencio no como ausencia de lenguaje, sino como una forma pasiva de comunicar poder, miedo o desprecio. Al igual que la grosería, el silencio necesita contexto para ser interpretado con precisión.
¿Qué revela una persona cuando pierde una discusión?
Tal vez el momento más revelador del carácter humano ocurre cuando se pierde una discusión. Ahí cae la máscara. Aparece el ego, el resentimiento o la humildad.
Algunas personas insultan. Otras se burlan. Otras se victimizan. Pero también hay quienes aceptan el desacuerdo sin romperse, sin atacar y sin perder su integridad. Esa es la verdadera madurez emocional. Y en ese punto, la forma de hablar ya no importa tanto como la forma de reaccionar.
¿Qué hacer cuando alguien te insulta?
Desde un enfoque clínico y práctico, estas son tres claves para manejar un insulto:
-
No tomar el anzuelo: quien insulta busca una reacción emocional. No se la des. No es contigo, es con su herida.
-
Responder con claridad, no con violencia: contestar en el mismo tono solo alimenta el conflicto.
-
Diferenciar la intención: si el insulto busca humillarte, no es debate, es una defensa. No estás frente a una opinión, sino frente a una herida disfrazada de superioridad.
Groserías y salud mental: una relación compleja
Desde la salud mental, no podemos simplificar el lenguaje. El uso de groserías no es un signo de enfermedad, pero su abuso puede reflejar una mala gestión emocional. Decir groserías no está mal en sí. Lo que puede ser problemático es usarlas para evitar pensar, evitar llorar o evitar perder.
Cuando las groserías se convierten en escudo, se dejan de usar para liberar y comienzan a atraparte. El lenguaje emocional necesita salir, pero también necesita procesarse. No basta con gritar. Hay que entender por qué gritas, a quién le gritas y qué estás evitando al hacerlo.
Las groserías no te hacen inculto. Tampoco te hacen más real, más valiente o más profundo. Solo son herramientas. Y como toda herramienta, su valor depende del uso que les des.
Una persona madura no es la que evita decir groserías, sino la que sabe cuándo usarlas, cuándo contenerlas y cuándo sustituirlas por un silencio o por una palabra que construya, no que destruya.
Usar groserías con conciencia puede ser catártico, honesto e incluso terapéutico. Pero usarlas como ataque, como proyección o como defensa emocional, solo perpetúa el malestar.
Recuerda: una cosa es expresarte, otra muy distinta es desbordarte.
¿Te gustó el tema? Mira el video completo aquí: https://youtu.be/8CvJbau4ny8